domingo, 11 de noviembre de 2007

A Midori
Suena una cancion antigua, que no pasará de moda. Empiezo a escribir lo más simple posible, calentando mis muñecas, haciéndoles recordar el camino que separa a las letras de las palabras, a las palabras de las idea, las ideas de los sentimientos. Para escribirle a ella tenía que pasar por una serie de caminos, por una serie de galerías de abatimento que se entrecruzaban unas a otras bajo la misma tierra. Bajo tinta. Escribirle era una manera de mantenerla cerca, sobretodo cuando la noche, a fuerza de recorrerla en círculos mostraba que la distancia sí importaba; que a pesar de unirnos metafisicamente, no era más que leña en la hoguera de la frustración. Nuestra relación se sintetizaba ahora en 4 meses de amistad desinteresada, 43 meses de amor profundo y 5 de intensa pérdida. Curiosamente las noches en que la habia visto eran las noches en la que pensaba en ella con mayor tenacidad.... las otras, intentaba avocar mis fuerzas a leer o a olvidar simplemente. Eran esas noches que la veía cuando pasaba la noche en vela recordando cada hermoso momento, cada mínimo detalle. Pensaba mucho en ella... pensaba en cada una de las consecuencias de mis actos, preveía cada inconveniente y como birlarlo, preveía cada palabra suya y me adelantaba a ellas con algo dulce y recién cosechado de entre mis cuadernos. Preveía incluso terminar nuestra carrera a tal edad y querernos hasta la muerte. Pero fue precisamente aquella muerte lo que no pude prever...

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