domingo, 21 de diciembre de 2008

Ese dedo en el enchufe*

Enero 2008
No, no es que de pronto mi afán paternalista haya emergido y ahora me avoque a dar consejos para el cuidado de los niños. Tampoco es que haya metido los dedos en el enchufe o que alguien cercano a mi lo haya hecho, literalmente. Como persona de fibres sensibles que soy, no me resulta dificil resentirme, creo. Tengo el corazon desbordante de amor, quizá como una vejiga que no puede contener más sus fluídos y busca un escape, así ello implique la destrucción de sus nefrones. Cuando alguien me dijo que simplemente no volvería a meter sus dedos en el enchufe, no sólo los alejó de él, sino que los escondió en la comodidad de esa llaga a medio cerrar que es mi cariño hacia ella. Uno sabe que si mete los dedos allí, indefectiblemente recibirá una descarga y las personas normales aprenden y no los vuelven a meter. Felizmente la respuesta la obtuve gratuitamente y sin haberle abierto mi corazón completamente en ese momento para mostrarle lo que sentía por ella. Felizmente esa no fue la respuesta a la pregunta que he querido hacerle todo este tiempo: si volvería conmigo. Por suerte, casi me mata de casualidad, únicamente. Si la situación fuera otra, si no estuviera involucrado directamente en los entreversos del corazón, admiraría su determinación y hasta apoyaría su firmísima decisión. Sin embargo, como no puedo con la impotencia de sentirme insignificante, me aferro a pensar que aún tengo una esperanza porque dijiste enchufe*, cuando en realidad debiste haber dicho tomacorrientes*.

(00:27) Tirado en el sofá

06.01.08
Yo creo sólo en mis sueños, no en los de las abuelas que dicen que soñar con pulgas significa embarazo o que soñar con el mar sucio es enfermedad. Yo creo sólo en mis sueños y, por alguna extraña razón, hace cuatro noches soñé contigo. Sólo ví uno de tus ojos y un mechón de tu cabello z supe que eras tú. Cerrabas el ojo, o abrías, levantabas las cejas, cambiabas de mirada, gesticulabas... me mostrabas diferentes estados de ánimo, como si jugaras a charadas. El último gesto que hiciste fue de tristeza. Esa mañana estuve pensando en ti, pero fui demasiado cobarde como para llamarte como la otra vez. Cuando Mesita me llamó, me quedé afásico. A lo único que atiné fue coger un taxi, volver a mi casa e ir a verte. Te vi mucho más fuerte de lo que esperaba. Te vi y no me salían las palabras. Hay ocasiones en que un abrazo no basta. Me quedé al menos tranquilo de verte queriendo ser sólida. No justifico mi falta de palabras, no... Hay cosas por las que pasamos en las que nadie nos puede quiar. Quizá no pueda guiarte, pero sí apoyarte y ayudarte en lo que me sea posible. Anoche no dormí, casi. Me dediqué a pensar, a reflexionar. De rato en rato me volvía más chiquito. Creo que la única conclusión a la que llegué fue que somos desvalidos ante la muerte. Algo de temor me embargó. No sé bien cómo acercarme a ti, al menos no después de cómo te comportaste conmigo o de cómo me hiciste a un lado (para no herirme, quiero creer). No sé cómo apoyarte o cómo hablar de algunas cosas sin dejar de tener el tacto adecuado... o quizá simplemente esté pensando demasiado.